martes, 10 de junio de 2008

Darío Ares (Rosario)





Desde hace años vengo desarrollando una obra que hace centro en el tema de la violencia. Desde diferentes registros (audiovisuales y gráficos) he intentado construir una mirada propia acerca de un fenómeno que a pesar de ser común a la condición humana de todos los tiempos, posee, en nuestra contemporaneidad un grado poderoso de singularidad.

Las ciudades que habitamos, las urbes de este principio de milenio, están sostenidas por una sintaxis en la que la violencia ocupa un lugar central. La vida cotidiana de nuestras sociedades es continuamente hablada por la violencia y es la violencia, en todas sus formas, la que ocupa un lugar privilegiado en los medios gráficos y televisivos. Roto o quebrado el pacto esencial de la convivencia que regló la vida social durante siglos, la sociedad contemporánea convive con la violencia como una mercancía más de las tantas mercancías a su disposición que se ofrecen en el mercado.

Crímenes pasionales, asesinatos violentos, ajustes de cuentas se venden y se cotizan en los medios ocupando en ellos el tiempo relativo que la sorpresa o novedad mediática les asigna. Sin embargo, detrás o debajo narrado en la tipografía de nuestros periódicos subyace el drama humano de las víctimas, la dimensión social de cada una de esas muertes. Detrás o debajo de la superficie de esas noticias con que nos alimentamos día a día anida el miedo como una realidad incuestionable y al mismo tiempo como perversa construcción mediática

Nuestras ciudades se han convertido en un espacio de desprotección y peligro. O como lo dice mucho mejor Néstor García Canclini “hemos pasado de la ciudad como territorio natural y sosegado de encuentro a la ciudad como espacio de fatalismo”. La violencia reescribe el texto de nuestras ciudades y sus reglas de juego imponiéndole a sus creadores el difícil desafío de interpretar en clave contemporánea ese fenómeno. Hacer arte con la violencia como tema puede ser una forma de arrebatarle al discurso mediático su aparente poder absoluto sobre nosotros, los ciudadanos. Una cierta forma de resistencia, si se quiere.

He orientado buena parte de mi producción en tratar de interpretar el impacto que ese fatalismo como lo llama Canclini produce en mí como lector de noticias o habitante de este tiempo. Lentamente he ido construyendo un archivo periodístico que con el paso del tiempo se ha convertido en una cantera inapreciable de la cual extraigo interrogantes y que a su vez me ha permitido generar respuestas visuales propias. Un archivo construido sobre el pulso cotidiano de la ciudad y de la realidad que habito y que a su vez habla, de alguna manera, de mi lugar en el mundo.

Más que la descripción de la violencia, me interesa indagar en torno a la atmósfera perturbadora que la violencia genera cuando acontece. En Los perros ladran, una video instalación presentada en el marco de la convocatoria Joven y efímero en el Parque de España, los ladridos de perros enfurecidos y las imágenes nerviosas de alguien huyendo en los suburbios, buscaba señalar aquel temblor del que la crónica diaria no habla pero que estructura muchas situaciones de violencia. En Pregúntale al polvo, presentada en el Salón Nacional Rosario 2004 y el Museo de la Memoria en el marco de la muestra colectiva La realidad encendida, las imágenes capturadas con mi máquina fotográfica de sitios en los que había ocurrido un crimen, buscaba describir la tensión que perdura en los sitios recorridos por la muerte. Y en una nueva exhibición en el Museo de Arte y Memoria de La Plata ( muestra en curso) intenté avanzar con mi búsqueda llevando al dibujo, mediante la técnica de la transcripción, la huella dejada por esas noticias en la crónica diaria periodística.

Las reproducciones de Las Noras Dalmasso ofrecidas como Vedette, luego de que la prensa televisiva publicara las imágenes de su cuerpo asesinado.

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